sábado, 8 de julio de 2023

Capítulo VI: Los Yskalnaris y el agua de vida.

Cuando estaban nuestros pequeños y pequeñas "fantasios" coloreando a uno de sus mayores enemigos el hombre lobo Gmork, si es que es posible dar color a ese ser de la Nada, de repente ocurrió algo de cuento. 

Bueno, en el Mar de Hierba todo es de cuento. Caminando despacio y, atravesando la entrada del Templo de las Mil Puertas, llegaron tres caminantes procedentes de la Ciudad de Mimbre. Antes les precedieron bandadas de pájaros negros que nos sobrevolaron. Al correr hacia ellos levantaron el vuelo y se disiparon formando una niebla cenicienta.

Es cierto que aunque nos causó sorpresa, Atreyu nos había avisado. Nos anunció la llegada de yskalnaris que nos retarían a colaborar juntos a pesar de ser diferentes. 

Cuando Bastián deseó tener una comunidad llegó a Yskal, la ciudad de Mimbre. En ella encontró una armonía sin límites. Nadie discutía y todo se realizaba de un modo cooperativo. Pero se dió cuenta, navegando en el Mar de Niebla, que allí el individuo no contaba, que era prescindible. Lo complicado y realmente maravilloso es encontrar una comunidad entre gentes diferentes. 

No lo dudamos un segundo y les demostramos que lo que para ellos es un imposible para nosotros es cotidianeidad. Y lo hicimos del modo que más nos motiva: jugando. 

Jugamos con la tela de colores, con el peléle y las sogatiras. Unimos fuerzas e ilusiones para conseguir retos mayores que nuestro tamaño y que todos los tamaños.

Satisfechos, tras la merienda nos dispusimos a disfrutar del Agua de Vida. Eso sí, con moderación. En la Historia Interminable el agua tiene la importancia que merece, es la última puerta que atraviesa este niño para retornar con su padre contento de saber realmente quien es.

Pero luego saltó sencillamente al agua cristalina, se sumergió en ella, resopló, salpicó y dejó que una lluvia de gotas centelleantes le corriera por la boca. Bebió y bebió hasta calmar su sed. Y la alegría lo llenó de la cabeza a los pies, alegría de vivir y alegría de ser él mismo.    

Resoplamos, nos salpicamos y dejamos que la lluvia de gotas corra por nuestra piel. Y el agua se convierte en espuma de la que también disfrutamos a tope. 

Pero antes, y ayudándonos unos a otros, que esto va de eso, nos damos cremita para que el sol no haga de las suyas. 

Y por cierto, corre un rumor por la acequia, murmullos de alguien que hablara consigo mismo... pero esa es otra historia que será contada en otra ocasión. 

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