Todas las mañanas nos damos un paseo para respirar un poco. Además de conocer el entorno y los cultivos de Kattevegat, llevamos una prensa con la que hacemos algunas actividades.
En esta ocasión recogemos algunos ingredientes que podrían emplearse para realizar una pócima en la marmita de un chamán.
Y contamos la historia de Olav y dibujamos su casco, el último que tuvo cuernos.
Olav era el más terrible de los vikingos. y como era orgulloso y presumido, cuando paseaba llevaba un casco adornado con un cuerno por cada una de sus más de cien victorias. En la aldea todos se apartaban a su paso, pero cierto día, un joven delgaducho se cruzó en su camino y le hizo tropezar. Iba pensando en las últimas lecciones sobre hierbas y runas que había recibido de Freydis y no se percató de la presencia de aquel guerrero. Furioso, Olav le desafió a un combate a muerte. El pequeño vikingo, tan débil como inteligente, sólo puso una condición: “para que todo el mundo aprecie tu grandeza, le ruego que en la lucha lleve puesto su magnífico casco”.
Olav lanzó una risotada y aceptó aquella estúpida petición, justo antes de lanzarse sobre el joven para destrozarlo. El chico, ágil, se escabulló una y otra vez. Se metía por sitios donde el casco de Olav se enganchaba continuamente. Y el peso de aquella cornamenta se hacía más y más agotador. Después de muchos intentos, Olav cayó al suelo desmayado del cansancio.
Muchos pensaron entonces que aquel pardillo era un chamán, pero el joven Eutirox, que así se llamaba, era solo un aprendiz. Les contó a todos los presentes que el orgullo y la ostentación del vikingo fueron las que le habían vencido.
Olav, como buen guerrero, aceptó su derrota y desde entonces ni a él ni a ningún otro vikingo se le ocurre llevar cuernos en los cascos.
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