Eso es lo que repetía sin cesar una y otra vez. "Ni una gota de agua" se quejaba el pocero.
Y es que nada más comenzar la mañana, a través de las geometrías definidas por el maizal, nos acercamos al célebre pozo de Santa Clara.
"No lo imaginéis como un pozo de cuento. Su brocal es de un diámetro tal que una escalera de caracol lo recorre más allá de la frontera donde se detiene la luz; no hay cubo ni cuerda, sí una oxidada tubería que asciende como un gusano de metal. Y un gancho permanece suspendido, señalando el centro del agujero negro, como el péndulo de un reloj sin tiempo. Su cometido, ascender o descender el corazón que impulsará agua robada a los infiernos"
Así se describe en "La leyenda del Pocero de Santa Clara". Y tuvimos la gran suerte que su protagonista, el pocero sin nombre, apareció para contárnosla. Fue un momento mágico, en blanco y negro, en el que escuchamos con atención su historia, esa que está escrita en cada grieta de las pareces de este antiguo pozo veguero.
Nos despedimos de este hombre sin suerte que se sintió a veces polilla atrapada por la luz de sus destino, a veces araña deseosa de tejer una maraña de enredos.
Al regresar al aula, realizamos un tres en raya en el que los elementos que dan nombre a los grupos intentan alinearse antes que los socavadores.Y tras la merecida merienda, la fiesta del agua. En honor al pocero que añoraba los tiempos en los que en el pozo manaba agua, disfrutamos de este maravillosos elemento; y lo hacemos con respeto y mesura.
Finalizamos la jornada secándonos al sol al tiempo que saboreamos unos ricos pepinos y unas deliciosas rodajitas de las zanahorias de la huerta.
Y aprovecho para presentaros a Moha que está haciendo un voluntariado con nosotros y se ha convertido en una pieza clave para el funcionamiento del equipo.
Un gran tipo.
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